Aurelia tiene 16 años, se siente ya muy mayor y quiere hacer algunas cosas que en casa no le dejan hacer: llegar más tarde cuando sale de noche, usar el teléfono móvil y las redes sociales a su criterio y sin condicionamientos, por citar algunos ejemplos. También discute a menudo con su madre porque le exige que tenga la habitación impecable (como si fuera un museo), que colabore limpiando y recogiendo la cocina y el salón, o yendo a la compra a por algunas cosas que hacen falta durante la semana, como el pan o algo de fruta. Aurelia está hasta el gorro de esta situación, siente que sus padres no la comprenden, no la valoran, porque a menudo la comparan con otras amigas; “mira María, tan atenta cuando viene a casa, seguro que ayuda a su madre y no está continuamente diciendo que luego lo hará”. Ya está aquí la comparación, si supieras las cosas que hace María cuando ningún padre o madre la ve, te quedarías de piedra, pero eso no te lo cuento.
Aurelia se siente comparada, poco valorada, desde luego, menos valorada que algunos de sus amigos y amigas, a los cuales apenas conocen en casa, y se atreven a valorarlos más que a ella. Incluso menos valorada que su hermana Julia, ¡ella es la perfecta!, saca buenas notas, es la mejor del equipo de baloncesto y a todos se les cae la baba cuando explican sus logros y sus resultados. Con Aurelia no es igual, aunque intente complacer a sus padres con algún gesto, con alguna acción, no es suficiente, ellos se fijarán en lo que ha quedado pendiente de hacer, en lo que podría ser mejor.
La historia de Aurelia es ficticia, pero podría encajar con una historia real de muchos chicos y chicas adolescentes que se sienten mal en su entorno, que generan pequeños conflictos familiares que pueden crecer significativamente y desatar una guerra en la que alguna de las partes pierda el control. Un padre o una madre que le grita, le da un bofetón o le suelta alguna palabra ofensiva e insultante; una Aurelia o cualquier otro nombre que suelta un puñetazo contra la puerta, la pared o que rompe un objeto de valor en casa para escenificar que está en el límite …
Es difícil afrontar estas situaciones cuando pretendemos hacerlo desde la idea de “te vas a enterar quién manda aquí”, porque ellos y ellas ya saben quién manda y este desafía no va de poder sino de afecto, de amor. Cuando un adolescente entra en modo desafío lo que está diciendo es que no se siente importante en su casa, en su familia, tan básico y tan sencillo como eso. Puede haber más elementos que compliquen el tema, como estar metido en algunos líos de los que no saben salir, o haber perdido el ritmo de estudios, estar con compañías que no sean muy positivas, o cosas peores. El chico o la chica que se comporta mal y desafía a sus progenitores, está buscando atención, cariño, comprensión y reconocimiento que ha dejado de tener por haberse hecho mayor y por haber empezado a querer hacer cosas de forma autónoma y cometiendo errores.
Así pues, lo primero para desbloquear una situación así, es acercarse a ellos y ellas (no olvidemos que como adultos tenemos una responsabilidad extra que es la que viene con el poder del que manda), recordarle lo importante que es para nosotros y lo que le queremos y, a partir de ahí, ponernos en su lugar para buscar soluciones y empezar a exigir compromisos con mesura y coherencia. No te olvides que este asunto no se va a resolver en pocos días y tendrás la sensación de que avances y luego retrocedes. La paciencia y la persistencia son fundamentales. Lo podéis conseguir.
Catalina Fuster
Psicóloga y Coach