Con frecuencia llegan a la consulta familias casi desesperadas por la actitud de sus hijos e hijas que rondan los 18-20 años porque quieren que sean personas seguras, que tengan autoestima, que sean capaces de tomar decisiones propias pero también que tengan una actitud sumisa y obediente con sus progenitores. Como vamos a ver a continuación, ambas conductas son incompatibles y, a veces incoherentes.
La mayoría de padres y madres nos preocupamos por nuestros hijos, somos conscientes de los peligros y adversidades, anticipamos situaciones porque disponemos de experiencia amplia en muchos ámbitos de la vida y queremos, a toda costa, que esa experiencia la utilicen ellos y ellas con el loable propósito de evitarles sufrimientos, decepciones o frustraciones innecesarias. Eso no puede ser, no es posible hacer ese trabajo por otras personas, ni siquiera por las que más queremos.
Además, resulta curioso que esa experiencia no la recordemos y no la utilicemos al mismo nivel que otras vivencias: ¿no recuerdas tu necesidad y deseo de experimentar por medios propios? ¿no eras de los/las que tenían que probar qué pasaba si hacías o dejabas de hacer ciertas cosas? La mayoría de seres humanos hemos desafiado alguna norma, hemos probado con algunas mentiras o hemos aprendido de las consecuencias que una situación genera.
El aprendizaje desde lo vivencial, desde la experiencia es de los más potentes porque permite evaluar las capacidades propias, adquirir seguridad, mejorar habilidades y destrezas, manejar la parte emocional y muchas cosas más.
Si como padre/madre quieres que tus hijas e hijos sean seguros, responsables, que tengan autoestima y confianza en sí mismos, no te queda más remedio y que ir echándote a un lado y observando sus movimientos. Felicitándoles por sus aciertos y guiando la reflexión que puedan hacer ante sus errores. Pero desde una posición que es acompañarles , no suplantarles ni manejarles como marionetas con hilos invisibles.
Piénsalo, es tu gran oportunidad de contribuir a su éxito como personas.