Hace unas semanas recibí un correo de una persona, aparentemente descontenta con mi trabajo, porque considera que mis servicios profesionales han podido influir sobre una decisión en su pareja que no comparte. Tal decisión tiene que ver con un cambio profesional y laboral que, dicho sea de paso, es uno de los temas que generan malestar y alarma en la situación socioeconómica actual.
En este artículo quisiera referirme a la toma de decisiones en el ámbito de la pareja y no céntrame en los cambios profesionales o laborales que cada persona pueda querer realizar en ciertos momentos de su vida.
Una de las cuestiones que hay que tener en consideración dentro de cualquier pareja es que cada uno de sus miembros no debe perder su propia identidad ni sus propias inquietudes por la diferencia de opinión con la otra persona. La vida de pareja no debe suponer renunciar a determinados objetivos propios o someterse a situaciones que no gustan, por la falta de consenso con el otro o por contentar los miedos de la otra persona. Eso no quiere decir que no se tengan que atender las obligaciones contraídas en común (cómo puede ser garantizar los compromisos derivados de afrontar una hipoteca, tener que sacar adelante a unos hijos, etc.) y lanzarse al vacío poniendo en peligro responsabilidades importantes que hay que tener en cuenta y cubrir. En cualquier caso, la visión de peligro, miedos y riesgo que se contrae frente a un cambio, es una visión subjetiva y medida desde esos miedos propios e individuales, en definitiva, que depende del punto de vista personal de cada uno . La creencia de que un cambio puede poner en riesgo esa estabilidad no siempre se corresponden con un peligro real y que no tenga solución, sino que puede suponer estar condicionado por pensamientos aprendidos de que “no es buen momento para cambiar de trabajo” o “no se puede jugar con el pan de tus hijos”.
La persona que se pone frente a una decisión de cambio tiene en cuenta los riesgos y también mide y evalúa sus propias capacidades de éxito. Hace un ejercicio de confianza y de valoración propia que la pareja puede estar tirando por tierra en segundos y poniendo en duda de una forma algo irresponsable y puede que incluso cruel. Con ello no digo que no sea un tema del que no se pueda hablar, claro que es bueno hacerlo, y es importante hacerlo con mucho tacto y consideración porque la duda estará siempre presente y activa. De hecho, la clave está en poder hablar de ello y poner en común ambos puntos de vista, pero hay que tener en cuenta que no solo debe priorizarse la opción conservadora y caer en los miedos.
Los mensajes de “no puedes hacer esto”, “!estás loco/a!, ¡cómo se te ocurre ni siquiera pensar en dejar (o cambiar) de trabajo” (por ejemplo), estas expresiones pueden generar mucha inseguridad, frustración y sentimiento de que tu pareja no confía en ti. Sería mejor hablar de ello todas las veces que hiciera falta, acompañar a tu pareja en la toma de decisiones, sugerirle que se tome el tiempo necesario para pensarlo y decidirlo, y reforzar la confianza que se tiene en que su decisión tendrá en cuenta las responsabilidades contraídas conjuntamente.
Muchas decisiones parecen muy trascendentales y arriesgadas antes de ser tomadas, pero si el razonamiento y la reflexión está trabajada, si hay un plan de acciones donde se hayan tenido en cuentas las opciones y alternativas, si se tiene claro el compromiso y la responsabilidad adquiridos, no tiene porqué llevar al desastre sino que puede culminar en un buen resultado y en el éxito que se persigue. No solo tiene que estar en vigor la idea de “y si sale mal”, también puede tener sentido la otra idea: “y si sale bien”… en cualquier caso, habrá que decidir si merece la pena probar. Eso sí, desde el consenso, no solo desde el miedo.