Casi todos los años se repite la polémica en medios de comunicación y en redes sociales. Algunas personas se muestran a favor de la forma de celebrar esta fiesta, de lo que se refleja en risas, disfraces, y relaciones distendidas con otros. Otras personas esgrimen la bandera de que es una fiesta traída de fuera, que no es nuestra, incluso que es una costumbre absurda. Estos días se ha añadido el conflicto con las creencias religiosas y en algunas diócesis de nuestro país se ha prohibido expresamente su celebración, dándole una dimensión tal vez más amplia de la que pueda tener ese juego del ¿truco o trato?
Si buscamos un poco de información, nos encontramos con que se trata de una fiesta de origen celta, por tanto, europea, que servía para celebrar el final del verano, de las cosechas en el campo, y el inicio de la estación oscura, o sea, el invierno. Esta fiesta ha estado muy ligada a la festividad de todos los santos, como una forma de acercar el mundo de los vivos al de los muertos. Incluso el nombre originario hace referencia a esa vigilia de todos los santos. En España ha habido expresiones antiguas como la Santa Compaña en Galicia o el ritual de las ánimas en algunos pueblos de Castilla.
Con todo este contexto, se me ocurren dos cuestiones a reflexionar; la primera tiene que ver con la forma como en nuestra cultura y en nuestro país afrontamos la relación con la muerte. La segunda tiene que ver con la resistencia a flexibilizar costumbres y tradiciones y permanecer en el argumento de “siempre se ha hecho así”. La primera cuestión es amplia y seria, puesto que vivimos en un entorno en el que la muerte, la pérdida, se ha convertido en algo casi insoportable, triste y penoso, dándole un sentimiento de sufrimiento y desolación que puede llegar a límites insospechados. Tal vez hemos perdido, como sociedad, la perspectiva de que la muerte es un hecho inseparable de la vida, forma parte de ella y nos hemos alejado de la idea de entenderlo como un hecho natural, que hay que asumir y celebrar como cualquier otro fin de ciclo, de período o de situación. La vida está repleta de inicios y finales, y solo el proceso de muerte, se ve como algo contra lo que hay que luchar para lograr vencerlo, dedicando esfuerzos que pueden llegar al absurdo. Así pues, Halloween nos recuerda que la muerte es algo normal, incluso con un matiz alegre, de broma, y que podemos afrontarlo desde otra perspectiva más saludable. Además, con el detalle de hacerlo desde que somos niños, cosa muy importante también.
La segunda cuestión tiene que ver con la resistencia al cambio, a modificar las cosas que están en nuestro entorno. El cambio puede llegar a producir frustración y está muy vinculado a los miedos, a la vez que es algo inevitable. Vivimos rodeados de situaciones que cambian, de evolución y crecimiento, pero nos resistimos a cambiar. Si canalizásemos esa energía de resistencia a adaptarnos o simplemente a decidir en qué medida participar o no de las cosas, pero dejarlas fluir, tal vez nos sentiríamos más tranquilos. La resistencia al cambio produce sufrimiento, sensación de estar anclados a un punto fijo del que no nos queremos escapar, en vez de permitir que el cambio se exprese como evolución, mejora o crecimiento. Gracias a los cambios hemos dejado de vivir en las cavernas o de desplazarnos solo caminado. Habrá algo bueno en la idea de dejar que las cosas cambien, quizás se trata de verlo y aprovecharlo.
catalinafuster.com
Psicóloga y Coach