Podríamos decir que somos seres emocionales más que seres racionales. Las emociones que sentimos marcan las decisiones que tomamos, al menos en situaciones de respuesta inmediata. A lo largo del día, pasamos por gran cantidad de estados emocionales distintos, aunque algunas emociones puedan repetirse en varias ocasiones. Si atendemos a la clasificación que hace Daniel Goleman en su tratado de Inteligencia Emocional, identificamos seis emociones básicas: la felicidad, el miedo, la sorpresa, la tristeza, el enfado y el disgusto. Cada una de ellas va a determinar algunas conductas tipo; por ejemplo, el miedo tiene una función “protectora” que evita que hagamos algunas cosas, el disgusto nos empuja a rechazar o la tristeza que nos induce a la autodestrucción. De esas emociones, tan solo una es claramente positiva, las otras son negativas o neutras.
Reconocer las emociones no siempre es sencillo, a veces, es necesario detenerse a pensar ¿qué estoy sintiendo? Puede ser útil identificar cuáles son las emociones que sientes más habitualmente y si te gusta que sea así, si eres una persona que ofrece a los demás una sonrisa y buena cara, o más bien al contrario, la seriedad y el recelo son tus características. Cuando hayas identificado tus emociones más frecuentes, puede ser interesante que te detengas en pensar cómo las gestionas, qué sueles hacer con ellas. Algunas personas las padecen y esperan a que se pasen, incluso pensando: “mala suerte, hoy tengo el día malo, ya se pasará”. También hay quién elige no alargar mucho ese estado y busca la manera de cambiar de emoción a otra más positiva. Porque, al fin y al cabo, la emoción que te acompaña con mayor frecuencia, va a impulsar que tus decisiones vayan en un sentido o en otro.
Esto ocurre así porque cada emoción se convierte en un mensaje, en una frase interior o exterior que se impulsa a hacer cosas o te limita. A continuación, ese mensaje será energía para avanzar con motivación o detenerte por miedo a distintas cosas. Y el tercer paso generará un determinado contagio en los demás, de manera que sentirás situaciones de atracción, o de rechazo hacia ti y hacia lo que haces. Así pues, si te gobierna el miedo, no actúas, te paras a pensarlo todo; si te gobierna la ira, atacas a los demás y destruyes las relaciones que hay a tu alrededor, provocando recelo y alejamiento. Mientras que si te dedicas a cultivar la emoción de la felicidad y el amor hacia ti y hacia los demás, tus acciones irán encaminadas a aspectos más positivos; incluso cuando tengas que resolver dificultades y conflictos.
No se trata de casualidad, no es cuestión de suerte, es lo que conocemos como inteligencia emocional que permite que seamos capaces de identificar lo que sentimos, decidir cómo lo gestionamos y aprender a modificarlo cuando no nos sirve ni nos hace sentir bien. Al final, como dice Maya Angelou “la gente olvida lo que dices, olvida lo que haces, pero nunca olvida cómo la haces sentir”.
¿Cómo quieres sentirte tu y cómo quieres que se sientan los que están a tu alrededor? Deja de pensar en que no puedes hacer nada por cambiar eso y ponte a probar otras formas de sentir y de transmitir a los demás, ganarás tu y los que tienes a tu alrededor. Eres una persona inteligente emocionalmente, tan solo se trata de que lo utilices en tu favor. A por ello!
catalinafuster.com
Psicóloga y Coach