Cuántas veces has escuchado esta pregunta, tal vez, incluso no has podido evitar hacerla, aunque sea a sobrinos, nietos, primos, u otros familiares. Quizás también has preguntado o has tenido que responder a un ¿cuánto me quieres? sabiendo que el afecto y el amor hacia los otros es algo muy difícil de cuantificar. Si se trata de niños y niñas pequeños, la pregunta es verdaderamente cruel, por varias razones: una de ellas es porque los más pequeños tienden a decir la verdad y son capaces de dar una respuesta que uno no espera y que genere decepción; otra sería porque si ya son capaces de darse cuenta de que la pregunta tiene trampa y va a generar malestar, son ellos/ellas los que se pueden quedar con cierto nivel de angustia.
Pero si vamos al origen, a la pregunta en sí misma, ¿por qué plantear a alguien a quién quiere más? Detrás de esta pregunta hay dudas e inseguridad. Posiblemente haya quien piense que no es más que un juego de esos que se han venido haciendo con los niños y niñas desde que tenemos memoria, pero lo cierto es que esa cuestión refleja incertidumbre por parte de quien la plantea. Es como una necesidad, un impulso de buscar la aprobación del otro (aunque sea un niño pequeño) en el afecto que se le brinda. Cuando alguien no está seguro ni satisfecho de lo que hace, incrementa la necesidad de buscar un reconocimiento del exterior.
Además, la pregunta es perversa porque, sea cual sea la respuesta, no va a satisfacer a quien la ha planteado, seguramente no se la creerá, ya que el juego consiste en responder a favor de quien pregunta. Y si, como decimos, se tratase de un juego inocente, seguramente no tendría mayor importancia, pero en realidad, se busca medir fuerzas y saber quién está mejor posicionado en los sentimientos de otro.
Cuando estas cuestiones se quedan dentro del entorno familiar habitual, pueden generar alianzas y lealtades que son reclamadas en determinados conflictos, llegando a manifestarse a modo de relaciones afines o complicadas. Pero lo verdaderamente delicado aparece si se produce una ruptura. En las separaciones y divorcios, las preferencias afectivas de los hijos pueden llegar a ser un territorio que se pretende conquistar de la noche a la mañana, provocando en ellos un daño importante. Es injusto, cruel y perverso preguntarle a un hijo o una hija a quién prefiere, a quién se siente más cercano o con quién siente mayor afinidad. Cuando las circunstancias son de armonía familiar, los padres y madres suelen desempeñar papeles complementarios, quizás uno tiende a poner más normas y el otro u otra actúa como moderador o flexible. Cuando se da una situación de ruptura, ambos papeles tienen que estar presentes en las dos figuras parentales, de forma que no sea siempre la misma persona la que ponga normas y horarios, y la otra la que disfrute del ocio y del tiempo flexible.
De todos modos, sea como sea, el afecto se mide más en calidades que en cantidades, y si los adultos plantean preguntas crueles y perversas, tal vez, los menores, utilicen respuestas frustrantes y maliciosas. Quizás lo más sencillo sea no entrar en ese juego y así nadie sale escaldado.
catalinafuster.com
Psicóloga y Coach