La aventura de ser madre y de ser padre, llega en las próximas semanas a momentos muy intensos, aunque, en general, el tema que queremos tratar hoy, se refiera a muchas situaciones cotidianas en las que los más pequeños, tienen que aprender a desenvolverse por su cuenta, y los que no son tan pequeños, tienen que seguir entrenando su autonomía y toma de decisiones en diferentes ámbitos de su vida cotidiana. A veces, el miedo de sus progenitores, provoca que ellos y ellas quieran protegerles de cualquier situación peligrosa o incómoda, sin darse cuenta de que eso, en sí mismo, es misión imposible y que, además, puede tener consecuencias muy negativas para ellos y ellas.
Faltan pocos días para que llegue septiembre, un mes en el que se inicia el curso escolar. Esta situación suele ser una experiencia importante para las personas más jóvenes de la sociedad, y también para madres y padres: la primera vez que van a ir a la escuela infantil, o a la de primaria, la primera vez que van a pisar el instituto, la primera vez que van a ir a la universidad y, tal vez, la primera vez que van a salir de casa. Hay muchos otros momentos que pueden generar temor en los progenitores. En cada etapa los miedos son diferentes y, en ocasiones, se tiende a protegerles de más. La sobreprotección es una actitud de padres y madres (tal vez un poco más de las madres, aunque no exclusivamente de ellas), que pretende evitar a los hijos e hijas que pasen por dificultades o que se vean en situaciones que les pueden generar malestar, indecisión, dudas, tal vez algo de sufrimiento, etc. Lo que ocurre es que esto resulta inevitable, es decir, no se puede evitar algo que es distinto en cada persona y que, incluso no se sabe que va a provocar ese dolor hasta que no se experimenta.
Es obvio que las personas somos diferentes unos de otros y eso supone que lo que a un niño o a una chica le produce vergüenza o temor, no es lo mismo que aquello que se lo produce a otra persona de su misma edad o de su mismo grupo. Por eso, cada uno tiene que tener sus propias experiencias. Lo que sí está claro, es que el miedo, a ciertas edades, se contagia. Los padres con actitud muy protectora, pueden generar miedos inexistentes hasta el momento en sus hijos e hijas. La sobreprotección puede generar que sean personas más inseguras, más indecisas, que no desarrollen la suficiente confianza en sí mismos, y que vean el entorno y a los demás, como potenciales peligros y como generadores de riesgo y de situaciones desagradables. En definitiva, la actitud de sobreprotección, lleva a un aprendizaje de sufrimiento y de desconfianza, difícil de resolver cuando sean adultos. ¡Menudo legado!
Está claro que se puede advertir a los menores de distintas posibilidades que se pueden encontrar, incluso se les puede dar la opinión y el punto de vista propio, pero sin condicionar que ellos y ellas utilicen sus recursos propios y aprendan de sus vivencias personales e intransferibles. Vale la pena dejar que tengas esas experiencias y que sean capaces de aprender, de saber diferenciar lo que les ha servido en positivo y lo que quieren corregir en otra ocasión. Ese sistema genera seguridad y confianza en uno mismo y eso es la mejor garantía de que están desarrollando su autonomía. Algunas madres y padres pueden creer que si sus hijos no les necesitan les dejarán de querer y ese pensamiento es erróneo. El aprendizaje desde la seguridad es mucho más efectivo y afectivo porque se basa en la confianza y en el respeto mutuo y voluntario, y eso suele ser más duradero que las necesidades impuestas, no les parece?
catalinafuster.com
Psicóloga y Coach