Vivimos en tiempos de crispación, tanto individual como colectiva. Además, la inercia de las prisas, a veces, nos lleva a esperar que los demás nos entiendan incluso sin terminar de explicarnos del todo bien. En este contexto, y con muchas otras características que lo determinan, nos podemos encontrar con familias que sufren la etapa de la adolescencia de sus hijos e hijas con un peligroso incremento de la crispación.Cuando el primero de los hijos llega a la temida adolescencia, tal vez, debemos iniciar un proceso en el que ir cambiando los criterios de mando e imposición, por otros nuevos de más respeto y de aprendizaje a la responsabilidad.
Seguramente recordamos, los que ya vivimos la adolescencia hace tiempo, que no nos gustaba que nos dijeran lo que teníamos que hacer, que cuando parecía que alguien quería darnos una orden, ya estábamos pensando en la forma de no hacerle caso y no cumplirla, porque eso era imprescindible para autoafirmarnos, aunque no supiéramos que era eso lo que intentábamos hacer. Si fuéramos capaces de recordar cómo nos sentíamos en nuestra adolescencia, ahora que estamos en ese papel de padres y madres, probablemente recordaríamos que nos sentíamos capaces de todo, que teníamos una potente necesidad de tomar nuestras decisiones y que, incluso, necesitábamos cometer nuestros propios errores para aprender.
A nuestros hijos e hijas les suceden cosas bastante parecidas; tienen que tener sus propias experiencias y tienen la necesidad de sentir que les permitimos tomar la iniciativa y decidir, a medida que van siendo más mayores, necesitan sentir que tienen el respeto de sus padres en sus decisiones, a pesar de que nuestra opinión sea diferente a la suya, a pesar incluso, de que estemos convencidos de que se van a equivocar. Está claro que hay distintos niveles de errores que se le pueden permitir a un hijo o una hija, pero hay que permitirles que se equivoquen, que hagan su balance y aprendan de ello. Eso es algo que no podemos hacer por ellos, y no sería bueno privarles de tal experiencia. Ahora bien, es fundamental que asuman la responsabilidad de las equivocaciones, que vean todas las consecuencias de la decisión que han tomado y que han ejecutado, si no es así, si les suavizamos el “golpe” o les amortiguamos la caída, entonces, no sirve de nada.
Quiero reiterar la prudencia y la condición de que estoy hablando de una forma general y que, cada situación tiene sus características especiales, que tienen que ser valoradas como tales, pero, en líneas generales, es importante aprender a respetar las decisiones de nuestros descendientes para que se sientan respetados y reforzados. Les estaremos enseñando muchas cosas y muy importantes; estarán aprendiendo ellos mismos a respetar más a los demás, a ser más tolerantes ante las diferencias, a no creer que hay solo una verdad absoluta ante las cosas, y, especialmente, a reconocer los errores y también los aciertos.
Tal vez, mi querido lector eres de los que ha pronosticado un error garrafal ante una decisión y luego no ha sido así. A veces, la visión experimentada de los padres no acierta, y eso termina por darles más alas y por que piensen que están en lo cierto. No hagamos de esto una lucha, sino un buen aprendizaje.
catalinafuster.com
Psicóloga y Coach