Uno de los grandes cambios que estamos afrontando en nuestra sociedad se refiere a la forma como las personas nos relacionamos con nuestro entorno y con nosotros mismos, en cuestiones de tipo emocional y afectivo. A los que ya tenemos una cierta edad nos resultan familiares expresiones del tipo “que no se note que estás mal o que tienes un problema” o algunas otras, altamente perjudiciales y todavía en uso, como la frase: “los chicos no lloran”, sobre la que no vale la pena hacer ningún comentario. Durante años incalculables, hemos aprendido y enseñado a ocultar las emociones, a creer que si las mostrábamos de forma excesiva, esto debilitaría a la persona o, incluso, malcriaría a los niños; y se han aplicado patrones de control del afecto y de la forma de expresarlo.
Pues ante esto, uno de los grandes retos es desmontarlo, romper estas creencias y aprender a expresar de otro modo. Es especialmente importante el aprendizaje emocional en los primeros años de vida de un ser humano. En esta etapa, se consiguen asentar las bases sólidas que resultarán el patrón de la estructura emocional de la persona. Es el momento de aprender si merece la pena amar y si nos merecemos ser amados, ya que esto determinará, en gran medida, nuestro bienestar posterior. La diferencia entre el ser humano y otros animales cercanos en la escala de la evolución, está en la necesidad de amar y ser amado a lo largo de la vida, y desde esta emoción, se aprenderá a expresar y gestionar las demás, especialmente las negativas. Las primeras necesidades emocionales se refieren al afecto, la seguridad y la protección; y son las emociones que nos permiten conectar adecuadamente con los demás y con el entorno.
Es fundamental el auto-concepto que cada cual desarrolla de sí mismo, ya que si nos sentimos buenas personas, nos trataremos bien y creeremos que merecemos esa consideración; lo cual servirá de motivación hacia el esfuerzo y favorecerá el comportamiento adecuado con los demás. ¿Cómo actuamos ante las manifestaciones emocionales de los más pequeños? A veces, a los niños y niñas, se les dice: “no llores, no grites, no te enfades, no patalees, no insultes, no pegues, …” en lugar de preguntarles ¿por qué, qué sienten, qué les provoca esa emoción? De esta forma, el niño o la aprende a bloquear una emoción, pero no aprende a entenderse, a buscar el motivo que le genera tal emoción y a decidir cómo expresarla y con qué intensidad, o si es adecuada o no la forma de expresarla con los demás.
Resulta altamente recomendable, favorecer la reflexión con algunas preguntas, ¿por qué me siento tan enfadada? ¿de quién es el problema realmente? ¿qué quiero hacer para mejorar la situación? Se trata de aprender a salir de la espiral que generan las emociones negativas, a asumir la responsabilidad que cada uno tiene frente a su propio enfado, a su ira, para que esta no se convierta en una agresión hacia uno mismo.
Como estrategia de auto-cuidado, se puede entrenar la atención hacia uno mismo, la atención hacia las propias emociones y gestionarlas desde una posición de relajación. La respiración es la forma más sencilla de iniciar una relajación y de centrar la atención en lo que queremos. Tomar conciencia de la respiración, seguir la entrada y salida de aire de los pulmones y fijar un ritmo. ¿Todavía no lo has probado?
catalinafuster.com
Psicóloga y Coach