Está claro que este tema no es fácil de abordar ni agradable de pensar, pero cuando en las familias se va un ser querido, puede que sea una situación que afecte a grandes y a pequeños. Cada persona afronta de una forma diferente la pérdida de alguien cercano, cada uno pone en funcionamiento una serie de capacidades y habilidades personales que permiten ese afrontamiento y que hacen que la pérdida se viva de una forma diferente, pero qué ocurre cuando se trata de comunicarlo a un menor.
Sabemos que existen muchas situaciones posibles y muchas variaciones de cada situación. Tal vez, antes de llegar a la propia vivencia del duelo, sea necesario afrontar un proceso largo y doloroso de enfermedad que, incluso puede que ya tenga un pronóstico complicado. Y quizás pensemos que uno de los mecanismos de protección hacia los menores es mantenerles al margen y ofrecerles el mínimo de información posible, con la intención de evitarles el sufrimiento. Esta condición suele ser poco útil, bastante negativa y hasta puede representar una dificultad importante para afrontar lo que puede llegar a ser un duelo posterior.
Sabemos que los niños y niñas son listos, más de lo que a veces creemos y calculamos, y se dan cuenta de muchas más cosas de las que algunos adultos creen y entienden mensajes y situaciones porque reciben información directa en indirecta y porque todos comunicamos más allá de las palabras que decimos. Así pues, cuando pensamos que un menor no se está dando cuenta de algo, es probable que estemos subestimando su capacidad de captar información y, en definitiva, su capacidad de enterarse de lo que, por otra parte, quizás es evidente. Si incluimos al menor en lo que está ocurriendo, adaptando la información a su momento evolutivo y a su edad, seguramente estaremos facilitando su comprensión y la capacidad de asumir los resultados, sean los que sean. Estaremos ofreciéndole apoyo para que exprese sus emociones, consuelo en base a lo que necesite consolar y, lo que es más importante, le estaremos demostrando que nos importa lo que piensa y lo siente. Ese aprendizaje va a ser fundamental para lo que pueda ocurrir.
Si nos encontramos ante un acontecimiento en el que hay que comunicar una muerte, es mejor hacerlo de una forma clara y directa, sin inventar historias irreales que puedan parecer que sirven para suavizar lo que ha ocurrido. Los niños pueden detectar las mentiras o invenciones igual que otra persona y eso les puede generar más sufrimiento y desconfianza. Vale la pena permitirles que expresen sus sentimientos, pero no es necesario estar preguntándoles a cada momento cómo se sienten o si están tristes. Podemos buscar la manera de dejar claro que cualquier expresión emocional es adecuada y que pueden preguntar o hacer los comentarios que sean necesarios, sin tener que forzar nada. No olvidemos que las cosas no desaparecen por el mero hecho de hacer que no sean visibles. Y tampoco hay que forzar el ritmo de cada uno en cuanto a sus sentimientos y sus necesidades de expresarlos. Las distracciones pueden ayudar, pero tienen que convertirse en algo habitual y cotidiano. Aunque uno sea un menor y le toque vivir una situación de pérdida, no es necesario tratarle como si no fuera capaz de entenderlo, simplemente hay que dejar que lo viva junto a nosotros.
catalinafuster.com
Psicóloga y Coach