Cada vez que sale el tema se repite la misma discusión, cada vez que vuelve a casa con varias copas de más se pronuncian las mismas palabras: “yo no tengo ningún problema, el problema lo tienes tu”, “lo puedo dejar cuando quiera”, “son exageraciones tuyas” … Las personas que padecen algún adicción al alcohol, tienen serias dificultades para asumir la dimensión del problema, de la enfermedad; porque se trata de una enfermedad en el más amplio sentido de la palabra que, además, lleva asociadas consecuencias importantes y altamente destructivas para las personas que están en el entorno de quien la padece. Cabe señalar también que el perfil, si es que lo hay, de la persona adicta al alcohol, ha cambiado considerablemente. Ya no se trata del hombre de mediana edad, de clase trabajadora y con un nivel sociocultural medio o bajo. Se puede tratar de un hombre o de una mujer, de una clase media o media alta y con un nivel sociocultural cualquiera. Lo que sí suele ser común en muchos casos, es la negación del problema.
Y de la misma manera, poco tiene que ver el nivel social o cultural de la persona que convive con el adicto o la adicta, y que es la persona de quien nos queremos ocupar en este artículo. Esa persona es consciente de que el problema es real, pero se deja engañar con bastante frecuencia, se deja convencer por unos argumentos que sabe perfectamente que no tienen consistencia ni veracidad, pero que siente la necesidad de creerlos para seguir estando ahí. Se deja humillar, menospreciar, incluso agredir física o moralmente, escucha frases que quiere que sean ciertas, pero que sabe que no lo son ni lo van a ser, a menos que algo cambie de manera contundente. ¿Por qué cuesta tanto salir de ese bucle de sufrimiento y de enfermedad? La respuesta no es sencilla ni simple, probablemente en cada caso y en cada historia hay una diferente, pero lo que si es cierto, es que la enfermedad, la adicción, cumple una función de extraño equilibrio en esa familia o en esa pareja, lo cual dificulta que se realicen acciones que ayuden, como mínimo a evidenciar claramente el problema. Más bien al contrario, lo que suelen hacer algunas personas es favorecer la justificación, el encubrimiento, y las excusas, incluso ante los demás. Puede ser para evitar la vergüenza que se siente, pero lo cierto es que no deja de ser una forma de tapar algo que incluso cuesta pronunciar por su nombre: alcoholismo, adicción al alcohol.
El falso argumento del control va pasando de mano en mano como si de un balón se tratase; no se controla la ingesta de alcohol, no se controla la dimensión del problema, no se controla la expresión de las emociones, ni la destrucción de cuestiones tan importantes como la autoestima, la culpabilidad, la integridad personal, de quienes conviven con la bebida. Estas personas pierden la referencia de su propia dignidad, a veces sin darse cuenta de ello. Y si se dan cuenta, piensan que “esta será la última vez que lo consientan”, pero lo vuelven a consentir una y otra vez y otra y otra…
Para intentar salvar o ayudar al otro uno tiene que estar en tierra firme y bien agarrado o, de lo contrario, la corriente se los llevará a los dos. Una pregunta para los que están en esa situación, ¿crees que puedes estar peor tu si haces algo? ¿Realmente quieres cambiar esta situación en la que estás? El primer paso depende de ti, ¿a qué esperas para darlo?
catalinafuster.com
Psicóloga y Coach