Ya estamos en diciembre, y ya se perciben aromas de Navidad. Se sabe que estas fiestas son anheladas por algunos aunque, para otros mejor que desaparecieran del calendario. Lo cierto es que hay que pasarlas y son varios los asuntos delicados que hay que atender en estas fechas. Uno de los temas que puede generar polémica es el de cumplir con las obligaciones familiares. Cada persona, a medida que crece y se hace adulta, arrastra una serie de costumbres o tradiciones que se han ido afianzando en su familia y que, a veces, pueden pesar como una losa para ponerse de acuerdo y encontrar el equilibrio con lo que se desea hacer, a medida que uno tiene otros intereses personales. Cada persona decide aceptar o adaptarse a esas costumbres o tradiciones hasta que llega un día en el que puede ser necesario replantearlas.
Tal vez cuando se establece la vida en pareja, tal vez cuando esa pareja tiene hijos, tal vez cuando se produce un cambio de residencia. Puede haber innumerables razones que sean el argumento de revisión de las costumbres y compromisos familiares. El primer escollo puede aparecer con la afirmación: “siempre se ha hecho así” Esta frase puede representar un auténtico inconveniente, difícil de mover y que no permite cuestionar las tradiciones. A continuación, puede aparecer el dilema de a quién priorizar, si a tu familia o a mi familia. Y de nuevo pueden aparecer condicionantes de esos que son importantes: “como le vamos a dar ese disgusto a la abuela” o “ni se te ocurra pensar que no vayamos a estar con mis padres en Nochebuena” … ¡Vaya dilemas!
Lo cierto es que no nos podemos dividir … o tal vez sí. Algunas parejas optan por dividirse durante algunos de los días de fiesta y pasarlos cada uno “en su casa” o lo que es lo mismo, en casa de sus padres. Puede que esta fórmula sirva hasta que tengan hijos, o hasta que, sencillamente, quieran dar más peso a lo que sería nuestra familia. En cualquier caso, lo que podría ser interesante es plantearse lo que verdaderamente significa estar con los demás, con quien cada uno elija. Priorizar el interés por la relación, por el deseo de estar juntos y por el afecto que sentimos hacia determinadas personas. Y ser capaces de hacer las cosas fáciles, en lugar de contribuir a complicarlas. Tener la capacidad de pensar en lo que a mi me gustaría y combinarlo con tener en cuenta lo que le gustaría a otra persona, sea un hijo o una hija, un yerno o una nuera, un suegro o una suegra. Las tradiciones familiares pueden repetirse a lo largo de los años, pero siempre han tenido un origen, un día o un año en el que esa familia modificó su costumbre para facilitarle las cosas a alguien. Pero cuando se produce un cambio, parece que tienen que pasar siglos hasta que se pueda plantear otro, y, a veces, nadie se atreve a proponerlo cuando serían varios los que estarían dispuestos a cambiar la tradición. Y hay quien pretende que la generación joven pague la venganza de lo que le hizo sufrir la generación anterior.
Esta reflexión nos puede servir para darnos cuenta que, al menos, puede ser adecuado cuestionar las cosas, contemplar la posibilidad de cambiar de un año a otro y priorizar lo verdaderamente importante, que debería ser la voluntad de estar unos con otros, sin enquistarlo en un día concreto, permitiendo que ese sentimiento de querer estar juntos, salga desde la libertad de nuestros parientes y no desde la obligación de nuestras costumbres.
catalinafuster.com
Psicóloga y Coach