Imaginemos una situación en un hogar cualquiera: esa mañana, Miguel y Ana estaban acabando de arreglarse para comenzar el día con los quehaceres habituales, ella le dice a él: me ha dicho la “niña” que hoy conoceremos a su pareja, vendrán a casa cuando salgan del cine; parece que por fin le vamos a conocer. Vaya, le responde él, ahora se dice pareja en vez de novio, como toda la vida. Al fin te quedarás tranquila y podrás ponerle a prueba y ver si es un buen chico. Horas más tarde, suena el timbre de la puerta, la madre abre y se encuentra con su hija María acompañada de su pareja: Mamá, Papá, os presento a Luisa, mi pareja, venimos del cine y pasamos a saludaros y a que Luisa os conozca… Las caras de sorpresa lo dicen todo. En un momento, cada uno en su mente oye como le martillean mensajes pronunciados alguna vez: “somos de mentalidad abierta”, “estamos preparados para cualquier cosa”…
Una situación similar, se puede producir en familias que se consideran preparadas y dispuestas a aceptar cualquier posibilidad en cuanto a la elección de pareja que sus hijos o hijas puedan hacer en el futuro, pero que, si se da el caso, se sienten descolocados y descolocadas por algo que, en realidad, no esperaban que pudiera ocurrir. Realmente ¿se tiene la mente suficientemente abierta para aceptar cualquier opción de elección? ¿O se trata de una pose que se tambalea llegado el momento?
La identidad sexual de las personas y sus preferencias en la elección de pareja, son asuntos que pertenecen al ámbito más personal y privado, pero que, probablemente, llegará un momento en el que será oportuno compartirlo con la familia, con los amigos, con quien se considere necesario por parte de los o las protagonistas. Y ellos o ellas, esperarán la comprensión y el respeto que les haga sentir la aceptación de los demás y no sentirse el centro de miradas, de comentarios disimulados o de juicios inadecuados. Para ello es necesario tener la mente abierta, entender que todas las opciones son válidas, si se toman desde la libertad personal y desde la sinceridad de cada uno consigo mismo. Será necesario desterrar ideas obsoletas y absurdas que hacen referencia a que la homosexualidad es algo anti-natural o incluso un vicio de algunas personas. Se trata de pensar que las parejas homosexuales se quieren igual que otras parejas, que se respetan como personas y que no esperan ningún trato distinto ni ninguna consideración diferente. Tan solo la naturalidad y el afecto que les hemos venido mostrando, y que es el hemos sentido como amigos o familiares.
El hecho de conocer la homosexualidad en alguna de las personas de nuestro entorno, no debería modificar nuestro trato ni nuestro afecto por ellos, debería provocar la misma reacción que el hecho de ver a alguien con un jersey rojo o con un abrigo gris, es decir, ninguna. Porque la elección de pareja no cambia la esencia de una persona, no modifica su percepción del mundo. Si nuestra reacción es de extrañeza, tal vez nos permite adivinar que llevamos puesto un filtro del que no hemos sido conscientes y que somos nosotros mismos los que tenemos una mente programada para estereotipos con pocas variaciones y algo más cerrados de lo que estamos dispuestos a conocer. Cuando alguien nos va a presentar a su pareja, no demos por hecho quién será, ni su sexo, ni su edad, ni ninguna de las características que creemos que deben encajar. Esperemos tan solo conocer a una persona que comparte afecto con otra, y eso, ya es suficiente.
catalinafuster.com
Psicóloga y Coach