Los seres humanos tenemos unas características que nos definen y que forman nuestra personalidad, nuestra forma de ser. En ocasiones, las personas que nos conocen, que se relacionan con nosotros, nos podrían definir con alguna de esas características, pero probablemente hay una parte de nosotros mismos que no dejamos ver y que, quizás, tampoco nosotros conocemos. Hay personas que se consideran muy claras, transparentes a los ojos de los demás, quizás confundiendo esa “claridad” con el hecho de que expresan sin recelo lo que piensan o lo que creen ante determinadas situaciones. En el lado opuesto están los que callan en exceso, no expresan las emociones a los demás y guardan con celo opiniones y comentarios.
El ser de una u otra forma, no significa que uno se conozca más o menos, eso es otra cuestión. Se da cierta tendencia a creer que las personas que se expresan más, que son más abiertas, se conocen mejor a sí mismas y esto no tiene porque ser así. Lo que sí está claro, es que la persona que se conoce y se acepta, probablemente tendrá relaciones de mayor calidad y comodidad con los demás, por varias razones: primero porque no se auto-engañará con expectativas poco reales, también porque no pondrá en los demás las excusas y justificaciones de las cosas de las que uno es responsable y, seguramente, porque será más clara y más directa en su comunicación con los demás.
Si estamos de acuerdo en que estos aspectos ofrecen ventajas en las relaciones con nuestro entorno, entonces será fácil coincidir en que merece la pena invertir un poco de esfuerzo y dedicación a ese autoconocimiento. ¿Has probado alguna vez a definirte? ¿Qué dirías de ti? Tal vez tu edad, tu sexo, tu profesión, qué familia tienes a tu alrededor …. Esos aspectos no te definen, no son características de tu carácter o de tu personalidad. ¿sabes si eres flexible o rígido en tus ideas? ¿conoces con detalle las cosas que te ponen de mal humor y lo que te ayuda a mejorarlo? ¿has aprendido a regular eso para que no te cause más problemas de los necesarios? Cuando conocemos a alguien tenemos tendencia a juzgarle, a definirle, incluso a ponerle etiquetas, y eso condicionará el tipo de relación que vamos a tener con esa persona. Si aceptamos la forma de ser de esa persona, la relación será más positiva. Esto también nos vale para nosotros mismos, si nos conocemos, si llegamos a tomar conciencia de nuestra forma de actuar, es probable que consigamos aceptarnos y llevarnos mejor.
De esta forma, tal vez podríamos gestionar mejor nuestros estados de ánimo negativo, nuestros cambios menos deseados y otros momentos en los que no somos una buena compañía para otros, sin causar efectos destructivos. O tal vez no, quizás alguno necesita machacar a otros para descargar su energía negativa, aunque eso le genere consecuencias. En todo caso, ¿conoces cómo es tu funcionamiento? ¿lo aceptas así o quieres cambiarlo? No hay que confundir la aceptación de cómo somos con la resignación, puesto que si hay alguna característica o rasgo propio que no queremos que nos acompañe, podemos cambiarlo; eso sí, siempre que sea uno mismo el que quiera realizar esa modificación, no por sugerencia o imposición de otros, ya que en ese caso, se sabe que no suele funcionar y eso también es necesario aceptarlo.
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Psicóloga y Coach