Una buena alimentación y un buen descanso suelen ser las bases de un buen desarrollo en la persona y, además, suelen favorecer un buen clima de relación y de estabilidad familiar. En los hogares en los que hay niños o niñas que no descansan bien o que resulta una batalla el hecho de darles de comer, se suelen producir situaciones que dificultan la relación entre todos, además de alterar el humor y la paciencia, por decirlo de forma suave. Durante algún tiempo, los comedores escolares han sido una ayuda a la hora de favorecer que los niños coman de todo y que prueben sabores y texturas diferentes. Actualmente, se ha reducido el número de familias que dejan a sus hijos en el comedor, de manera que los llevan a comer a casa y eso ha incrementado los conflictos.
Por una parte hay familias que optan por hacer la comida que saben que no ocasionará conflictos, pero que tampoco resulta lo suficientemente variada y adecuada para que los chavales vayan aprendiendo a comer de todo. Hay quien se decide a camuflarlo en los socorridos purés, aplazando el momento de la adaptación, o hay quien se enzarza en la lucha diaria, dejándose la paciencia y algo más en el camino. Es evidente que no es fácil de resolver, pero vamos a intentar ofrecer ideas y alternativas. Lo primero a considerar es que la alimentación es un acto del que debemos aprender a ser responsables de forma progresiva. A los niños los alimentamos sin preguntarles lo que quieren hasta una cierta edad, algunos más que otros. Cuando se les pregunta, se suele dar por hecho que elegirán esos alimentos menos saludables que, con frecuencia, convertimos en premio o en recompensa por algo especial, reforzando la idea de que sean productos más deseados. ¿Les enseñamos a que sepan las características de lo que comen? Tal vez eso les ayudaría a tomar conciencia progresivamente.
Puede resultar interesante preguntar a nuestros hijos con más detalle cuando algo no les gusta; un ejemplo, “no me gustan las lentejas”, vale, pero qué ingrediente de las lentejas no le gusta. Tal vez sea la zanahoria o el chorizo, o cualquier otra cosa que, quizás se puede cambiar o sustituir y probar más adelante a incorporarla de nuevo. No olvidemos que el gusto, la capacidad de aceptar sabores y texturas, va creciendo en la medida en que nuestros pequeños lo hacen. Algo que no le gusta a una criatura de cuatro años, puede gustarle cuando tengo ocho o diez, simplemente por evolución. En las comidas también puede servirnos dejarles participar, no despreciemos su ayuda para preparar platos fríos cuando son pequeños –ensaladas, frutas- es probable que coman más cantidad de eso que han ayudado a preparar. Animarles a que prueben alimentos en cantidades pequeñas, sin la obligación de tener que consumir todo el plato. Y jugar con la forma de presentar las comidas, de decorar algo el plato; con un poco de imaginación, se puede activar las ganas de probar. Pensar que hay productos que pueden gustar más o menos según la forma de cocinarlos y darse la oportunidad de probar en más de una ocasión antes de descartar algo de la dieta doméstica.
En las familias hay productos que los niños no comen porque a la madre o al padre no le gustan y eso supone limitar la variedad. Pensar en los hábitos de alimentación que estamos transmitiendo nos puede ayudar a darnos cuenta de algunos aspectos a mejorar o a modificar y eso puede resultar de ayuda para alimentar mejor a los pequeños y, tal vez, a nosotros. Cuando tenemos alguien a quien enseñar algo, nos ofrece también la oportunidad de aprender.
catalinafuster.com
Psicóloga y Coach