En ocasiones, si los niños y niñas pudieran ser conscientes de lo que ocurre a su alrededor, pronunciarían la frase del título. Ya imagino a algún lector pensando “qué exageración!” o “qué barbaridad!”, pero resulta fácil y sencillo que en situaciones de mal comportamiento de menores, o de rabietas frecuentes, se haya producido una prolongada falta de comunicación positiva, o una ausencia considerable de comentarios que permitan a nuestros hijos, sentirse dignos del afecto familiar. Vamos a llevar esta idea a las cosas cotidianas, a esos momentos en que un padre o una madre, ya no puede más, y piensa que ha perdido los papeles, sintiéndose incapaz de controlar la forma de comportarse de alguno de sus pequeños o no tan pequeños.
Si consiguiéramos hacer una observación objetiva y tomando algo de distancia, tal vez podríamos identificar que, ese niño o niña, se pasa gran parte del día recibiendo comentarios de corrección o de reprimenda por lo que hace o por lo que dice; y que, algunos de esos comentarios, se anticipan al comportamiento que él o ella vaya a realizar: “estate quieto!”, “no te subas ahí”, “que te veo las intenciones!” y algunos más que están rondando por su cabeza en este instante. Este desfile de mensajes reiterado y repetido durante días, tal vez semanas, acaba produciendo un estado en el que el niño o la niña, puede llegar a creer de sí mismo que no es capaz de comportarse bien y, como consecuencia, no lo intenta. Además, lo que es peor, aprende a llamar la atención de los adultos y a ser el centro de sus miradas, con comportamientos totalmente negativos. Quizás se acostumbre a escuchar afirmaciones de que “es un desastre”, “siempre se comporta mal” “no podemos ir a ningún sitio con él/ella”, etc.
Todos estos mensajes hacen que tanto los menores, como los adultos, terminen por creer que no se puede esperar nada bueno, que no son capaces de comportarse de otro modo y eso se convierte en la norma y en la pauta más frecuente de conducta. Y se convierte en una espiral que va tomando fuerza y se va alimentando para hacerse más potente y no se sabe cómo detenerla y, mucho menos, darle la vuelta. El principio de la solución es relativamente sencillo, se trata de buscar, esforzarse en ver algo bueno, algo positivo, de entre los comportamientos de nuestro hijo o hija y decírselo, decirle eso que hace bien y expresar que a nosotros nos produce una sensación agradable y positiva. Decirle a nuestro pequeño que esto que ha hecho o ha dicho nos ha gustado, nos ha parecido bien y nos gustaría que lo volviera a hacer en otro momento, puede resultar tan potente que permita iniciar un proceso de corrección de conductas efectivo y estable. Se trata de corregir una tendencia negativa en la que se involucra tanto el menor como los adultos que, llega un momento, en que miden gran parte de los comportamientos del niño o niña, con un criterio negativo y pierden la perspectiva de darle algún mensaje positivo que permita a ese niño o a esa niña creer en sí mismo y sentirse capaz de hacer algo bien. Además el menor puede llegar a sentirse excluido del grupo.
No olvidemos que, por lo general, detrás de conductas alteradas y negativas, suele haber una falta de autoestima y de autoconfianza más o menos importante, y, si esos principios no se recuperan, el niño o la niña, incluso el o la adolescente, no conseguirán probar otra forma de hacer las cosas, sencillamente porque cree que no puede, y nadie le ha dicho lo contrario.
catalinafuster.com
Psicóloga y Coach