En estos días no paramos de escuchar que qué tal la vuelta a la normalidad, que qué bien que ya volvemos a los horarios y a la organización en casa, y muchas cosas más que nos indican que las vacaciones ya son historia y que el curso escolar es el que marca el cambio de ritmo en una gran parte de los hogares españoles. Si bien esto es así y no pretendemos negarlo, tal vez nos parezca curioso utilizar tanto la palabra normalidad. Porque ¿qué es lo normal? Normal es aquello que sigue una norma, o lo que es habitual y mayoritario. Es habitual que los niños comiencen el colegio cuando corresponde y mayoritariamente lo hacen así, pero quizás algunos podrían entrar en discusión sobre la idea de si los buenos hábitos y los normales son los del otoño e invierno, o los del verano.
En cualquier caso, lo que no tiene tanto que discutir, es que llegados a este momento, no nos queda más que adaptarnos y procurar favorecer que tanto nuestro organismo, como nuestro entorno, se acomoden para sentirnos lo mejor posible y permitir que el proceso se dé en las mejores condiciones. Estamos acostumbrados a escuchar algunos tópicos: “los niños necesitan un orden y unos horarios para centrarse” o “ya es hora de poner orden en el caos del verano”, o cosas parecidas. Vale la pena que tengamos que cuenta que todas las formas de funcionar cumplen una misión y son parte del aprendizaje de nuestros hijos. Lo verdaderamente importante es aprender a adaptarse y a realizar los cambios que sean necesarios, sin ocasionar un drama o sin hacerlo de mal humor y con quejas constantes.
Así pues, la vuelta a los horarios de otoño, la vuelta al cole, la vuelta a las actividades extraescolares, la vuelta a las comidas calientes, y a muchas cosas más, es un importante proceso de aprendizaje que supone adaptarse a los cambios continuos y repetidos que nos ocurren con cierta frecuencia. Esa adaptación supone, como decimos, hacerlo con naturalidad, de manera que resulte lo más agradable posible, y con la paciencia suficiente para que podamos hacer esos cambios a pesar de que no nos gusten o nos dé “pereza” volver a algunas rutinas. Esa resistencia al cambio la puede sentir cualquiera, no solo son los niños los que se pueden ver afectados por ella; también los mayores, padres, madres, abuelos, todos los que tienen que incorporar algún cambio para adaptarse al nuevo período, pueden sentirse algo “perezosos” o poco motivados a ello. Lo que si es cierto, es que, según como afrontemos los cambios los adultos, así estaremos enseñando a los niños.
Así pues, con paciencia, con algo de humor, con cambios progresivos que nos permitan mantener alguna de las cosas buenas de las vacaciones y del verano, con imaginación para que los pequeños lo vean como algo interesante o divertido, con su colaboración, haciéndoles preguntas para saber cómo lo llevan y lo que les cuesta más, y con el fin de hacerles partícipes de ello; con todos estos ingredientes y alguno más que a cada cual le funciona bien, conseguiremos que esta vuelta a la normalidad del otoño, sea lo más agradable posible. O ¿es que los cambios tienen que ser siempre algo desagradable? Si no lo hemos aprendido todavía, estamos a tiempo de aprender a volver a la normalidad de forma positiva, ¿cómo lo vas a hacer?
catalinafuster.com
Psicóloga y Coach