Ya hemos comentado en alguna ocasión que el verano es tiempo de muchas cosas, entre ellas, de rupturas de pareja y de evidenciar que las relaciones no funcionan. Hay parejas que cuando regresan de las vacaciones, tienen esa sensación de haber tenido la última oportunidad para salvar la convivencia y, si no se consigue el resultado esperado, optan por plantear la ruptura. Algunas advertencias a tener en cuenta pueden ayudar a evitar el caos y la alteración inmediata que esto supone. La primera idea que hay que recordar y creerse es que quien se separa es una pareja, no la familia completa. No son los hijos los que se van a separar del padre o de la madre, aunque la organización del tiempo será distinta a partir de modificar la convivencia y que esta deje de ser común.
Otra idea importante es recordar que los hijos no son una moneda de cambio, no son los que tienen que trasladar mensajes de uno hacia el otro, ni los que tienen que opinar o juzgar o tomar partido. Los hijos son hijos, tengan la edad que tengan y opinen lo que opinen; y como hijos necesitan de su padre y de su madre para lo bueno y para lo malo. Necesitan el afecto y el cariño que cada uno le pueda dar, a pesar de que vaya acompañado de dudas, de contradicciones y de exigencias distintas. En ningún caso, le podemos demostrar a nuestra pareja, o ex-pareja, nada a través de una actuación que utilice a los hijos como vehículo. Pensar que nuestros hijos van a hacerle ver algo al otro o que van a servir para que se dé cuenta de esto o de aquello, será un error que puede tener consecuencias negativas.
Todo esto no quiere decir que los hijos no tengan que saber lo que está ocurriendo, y que papá y mamá ya no van a vivir juntos porque ya no se quieren como antes o porque no son felices así. Ellos pueden saber lo que está pasando, con la explicación adecuada a la edad que tienen, pero sin tener que dar la razón a uno o tener que comprender lo que ocurre. Lo que si es importante es que no se sientan culpables de la decisión de los adultos y de la pareja, y que sientan la seguridad de que van a seguir teniendo a sus padres, haciendo de padres todo el tiempo que sea posible. Tampoco hay que quedarse con la limitación de aquel progenitor que va a estar más tiempo conviviendo con ellos, pensemos que el tiempo es un factor que tiene que ir acompañado de calidad y no solo influye la cantidad. Y otro aspecto peligroso que algunos padres o madres utilizan: el argumento de que para el poco tiempo que puedo estar con ellos, no voy a estar riñéndoles o poniendo normas. Si se actúa así, con el tiempo, los hijos le pueden ir perdiendo el respeto a ese adulto, cuando entiendan que esa actuación ha sido más un juego para perjudicar al otro que para cumplir con el papel que al adulto le corresponde.
Es muy adecuado comunicar a los hijos la separación estando presentes los dos, procurando dar sensación de colaboración para con ellos. Sería bueno que cuando una pareja se separa, entendieran que a los hijos se les sigue educando igual y en conjunto, no por separado; que a pesar de la separación, el respeto por el otro (con quien siempre se compartirá el papel de progenitor) es algo fundamental que se transmite a los hijos y que educa en valores humanos. Actuando así, es una de las formas más sencillas y eficaces de conseguir que la separación les afecte lo menos posible que, al fin y al cabo, tiene que ser lo más importante para esa pareja que decide dejar de serlo.
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Psicóloga