Existen datos estadísticos que hacen referencia a las crisis de pareja durante la estación veraniega, parece ser que algunas características de esta estación hacen que las relaciones que ya estaban deterioradas, terminen de romperse y no consigan superar algunos de los elementos que el verano pone en juego. Tal vez sea la expectativa de un tiempo de descanso y de relax que no se consigue, la mayor intensidad de la convivencia por el tiempo de vacaciones o por la reducción de horarios, la necesidad de ocuparse de los hijos durante el período sin colegio, los ajustes o dificultades económicas, el balance de éxitos personales conseguidos o pendientes, las renuncias hechas por el bien común, y un largo etc., pueden estar entre las múltiples causan que influyen en las rupturas y en las crisis veraniegas de las parejas.
Los cambios en la rutina cotidiana, las diferencias de intereses entre uno y otro miembro de la pareja, y otras cuestiones, pueden resultar cruciales en la capacidad de aguante de algunas personas, de manera que se tome la decisión de romper con todo y mandar al traste la situación. Hay casos curiosos en los que, si alguno de los miembros de la pareja tiene alguna actividad oculta o algún asunto que pueda ser detonante de ruptura, es en esta época del año en el que, casualmente, sale a la luz, provocando una reacción. En estos casos, el verano, casi es una ayuda para salir del paso de una forma menos traumática que en otro momento, por esa situación que favorece que algunas personas tengan más tiempo para dedicarse a las relaciones con los demás y porque ofrece otras alternativas de ocio.
En cualquier caso, cabe dejar claro que el verano no siempre resulta ese momento idílico y placentero en el que las vacaciones aparecen como tiempo de disfrute para poner en acción tantas cosas de esas que no se pueden hacer el resto del año. Vale la pena ser consciente de que, tal vez conviene rebajar las expectativas que se tienen de las vacaciones, incluir en el equipaje una buena dosis de paciencia, distribuir el tiempo en diferentes tipos de actividades, pensar que no es necesario hacerlo todo todos juntos, o respetar los distintos gustos y aficiones. Cuando hay niños y son pequeños, puede ser indispensable reservar algún día para hacer algo sin ellos y dar a la pareja la opción de un tiempo propio. Y volviendo a la diferencia de gustos entre uno y otro, puede ser aquí donde germine la semilla de la insatisfacción, al creer que hay que imponer un criterio común en todos los temas, en lugar de intentar compaginar la diferencia de inquietudes y respetar que cada uno pueda desarrollar las actividades y gustos que sean propios. Es cierto que el modelo ideal de vacaciones se centra en compartir el tiempo y el espacio, pero ¿tiene que ser al cien por cien? ¿no podría servir otra fórmula u otra proporción? No nos olvidemos que la autorrealización es una de las necesidades más elevadas de los individuos, que difícilmente se consigue a base de renuncias o de postergar los intereses propios.
Quizás no tengamos que caer en la trampa del todo o nada, o en la de negar las evidencias propias. No se trata de ser egoísta, sino de reconocer lo que cada uno necesita para sentirse a gusto y feliz y buscarle un hueco dentro de la proporción total, en vez de negarlo y aplastarlo para que después, un día, sin previo aviso, estalle. La pareja es cosa de dos, pero se basa en tener en cuenta el uno más uno.
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Psicóloga