Verano, vacaciones, noches al fresco y algún ingrediente más, y se nos van al traste los hábitos y costumbre que tanto cuesta mantener durante el año y que intentamos que nuestros hijos adopten y mantengan. A cada edad corresponden unas normas diferentes y unos permisos distintos y, en verano puede que tengamos la costumbre y la tendencia a relajar un poco los horarios y las exigencias. De entrada, puede estar bien mostrarse flexibles y cambiar algunas cosas, pero no nos olvidemos que algunos cambios pueden suponer un retroceso importante que luego quizás podemos lamentar. Si bien es bueno cambiar de ritmo y aflojar la rigidez que tenemos de septiembre a junio, también hay que considerar cómo es nuestro hijo o hija, qué edad tiene y cuáles son los riesgos que pueden aparecer si hacemos algunos cambios, de esta manera, podremos rectificar o ajustar antes de que sea excesivamente tarde.
Hablar de los cambios como algo temporal puede servir a nuestros hijos para entender que se trata de algo excepcional; a determinadas edades, conviene recordarles que cuando vuelva a comenzar el cole (por ponerles una referencia fácil de entender), volveremos a los hábitos y costumbre de antes, a ir a la cama a una hora distinta o a bañarnos en un momento diferente del día. El ritmo relajado del verano puede ser bueno para intentar que los chavales hagan aprendizajes nuevos sin tanta prisa o pudiendo conceder un margen mayor de intentos. Es bueno mantenerles un mínimo de responsabilidades en tareas domésticas y animarles a que “pongan un poco de orden” en algunas de sus cosas aprovechando que disponen de más tiempo; que organices sus cajones y sus “secretos”, que aprendan a desprenderse de juguetes que ya no utilizan o que experimenten su capacidad de pensar en el mejor uso de los las cosas que tienen.
A medida que los hijos van creciendo, los padres debemos revisar las normas que intentamos aplicar con ellos, por varias razones: en primer lugar, porque seguramente hemos aprendido que hay que adaptar las normas a las características y forma de ser de ellos, especialmente en la forma de proponerlas o imponerlas; en segundo lugar, porque habrá que ver cuáles son los puntos débiles y fuertes de nuestros muchachos y saber combinar las imposiciones con los reconocimientos positivos, que son muy importantes.
Y como regla de oro no nos olvidemos que los adultos, en especial los padres, educamos tanto o más con nuestro comportamiento y con nuestra coherencia o incoherencia, que con las palabras y las normas. Tengan la edad que tengan nuestros vástagos, nos pillan rápidamente en cualquier acto que contradiga una norma o que vaya en sentido opuesto a lo que pretendemos imponer, y eso les enseña que se pueden hacer excepciones, o que “no debe ser demasiado importante cumplir con ello” (sea lo que sea).
El verano y las vacaciones pueden sugerir que seamos más flexibles, mucho más flexibles si quieren, pero por mucha flexibilidad que queramos aplicar, vale la pena tener en cuenta dónde queremos que esté el límite, que después del verano llega de nuevo el otoño y con él, la pretensión de que las aguas vuelvan a su cauce. Y luego “ a ver quién es el guapo que les hace entrar de nuevo en vereda” .
catalinafuster.com
Psicóloga