Cada vez hay más personas que viven continuamente conectados al mundo virtual. Si hace unos años se produjo la costumbre masiva de disponer de internet para las acciones cotidianas, para desarrollar el trabajo y mantener nuevas vías a través del correo electrónico y las plataformas en red, actualmente, con la incorporación de internet a los dispositivos móviles, se está generando el hábito de vivir constantemente conectados.
Cada vez es más frecuente la cantidad de personas, especialmente jóvenes, que retransmiten su vida en directo a través de diferentes redes sociales o de servicios de mensajería instantánea. Ya han quedado atrás los mensajes de correo o incluso los chats donde se intercambiaban comentarios, opiniones o incluso citas. Hoy se informa al minuto de lo que pensamos, de lo que hacemos o de lo que estamos pensando hacer, lo cual, sin duda, modifica nuestro entorno, nuestro nivel de comunicación, y la forma como establecemos las relaciones. Puede ocurrir que llevemos meses sin hablar con alguien, amigo o conocido, pero estemos perfectamente al corriente de dónde ha estado de vacaciones, qué día se fue y qué día ha vuelto, de cuándo ha sido su aniversario y dónde lo ha celebrado y con quién. Datos, fotos, vivencias personales, estados de ánimo más o menos frecuentes; podemos saber mucho de alguien a pesar de no verle ni hablarle de forma habitual.
Estas situaciones que pueden resultar más o menos curiosas, generan algunas particularidades. Por una parte, al tener muchos datos pero menos contacto directo, se pueden producir interpretaciones erróneas que pueden llevar a malos entendidos. Así nos podemos ver en una situación de enfado o de sentirnos ofendidos con alguien sin que hayamos mediado palabra, por haber interpretado un mensaje en alguna red en un tono u otro. ¿Y las discusiones por whatsapp? Hay quién comienza o termina una relación por este medio, cada vez con más frecuencia. Puede parecer sorprendente, pero es así, y nos solo los adolescentes, no; también personas con más edad utilizan este medio para transmitir mensajes de contenido más complejo que acaban resumiendo en unos pocos caracteres y con abreviaturas en las palabras.
Nos hemos acostumbrado a vivir conectados, a estar permanentemente en un estado de comunicación continua y de vivir parte de nuestra vida en el plano público, y eso, en contraste con la exigencia mayor de privacidad en otros muchos ámbitos, ¿no parece algo incoherente? ¿Estamos perdiendo la capacidad de diferenciar lo que queremos que sepan otros y lo que consideramos que es más privado? Especialmente los más jóvenes están alimentando este hábito que puede llegar a provocar nuevos problemas de comunicación y de entendimiento en las relaciones con los demás. Quizás no tardemos mucho en ver ofrecimientos de productos de descanso y de vacaciones donde se proponga a las personas vivir aislados y desconectados del mundo virtual y de internet, para “desintoxicarse” de ese estado de conexión permanente. ¿Futuro o presente cercano? Se admiten apuestas.
catalinafuster.com
Psicóloga