Una de las características del tiempo que se acerca, el verano, suele ser la de dejar a los hijos un margen mayor de libertad para hacer diferentes cosas. Si nos marchamos al pueblo o a un lugar de veraneo, los chavales suelen disfrutar de más horas de andar solos con los amigos y eso deja lugar para hacer cosas que escapan al control de los padres. Muchos hemos disfrutado de esa sensación que, como en tantas otras cuestiones, tiene su lado bueno y su lado delicado. Si nos quedamos en nuestro lugar habitual de residencia, probablemente también tengan más tiempo de estar con amigos y de hacer cosas sin una supervisión tan continua. Cuando tenemos una parcela de libertad, inevitablemente tenemos que aprender a administrarla y eso nos deja margen para acertar o para equivocarnos y aprender de nuestros errores. Ahora bien, quizás sea adecuado ver a qué margen estamos sometiendo a nuestros hijos, considerando su edad y otras características de su personalidad. También es importante que seamos consecuentes entre el margen que se les da y las exigencias de responsabilidad que luego vayamos a tener para con ellos.
Resulta curioso ver las sorpresas de algunos padres en relación a las travesuras o ya gamberradas que algunos chicos y chicas pueden llegar a hacer. Como progenitores creemos conocer a nuestros hijos y así es, en parte. Como personas autónomas e independientes que son, van desarrollando parte de su personalidad social en entornos ajenos a la familia y eso hace que, a determinadas edades, dejen de ser tan previsibles como eran y pasen a ser menos conocidos para los padres de lo que podamos pensar. Y es bueno que así sea, se necesita de la experiencia propia para este desarrollo y se necesita un margen de riesgo que los padres, tal vez no les dejaríamos asumir, sin llevarnos las manos a la cabeza y mostrar la desconfianza como aspecto clave.
Pero no nos confundamos, detrás de esta vivencia personal tiene que estar la responsabilidad como valor en desarrollo. Debemos ser congruentes con la otorgación de libertad y la exigencia de responsabilidad para completar un aprendizaje importante. Si nuestros hijos hacen algo incorrecto, no vale salir a protegerles a toda costa sacando la cara con argumentos del tipo: “mi hijo (o hija) es incapaz de haber hecho esto”, “estoy segura de que mi hijo no ha sido”, etc. Entra dentro lo probable que nos llevemos alguna sorpresa. Tampoco se trata de condenarles a “cadena perpetua” por un acto que pueda ser absolutamente reprobable, quizás podemos intentar que haga una lectura autocrítica, que tenga unas consecuencias negativas contundentes, pero proporcionadas con los efectos que su conducta ha tenido. No nos olvidemos que la coherencia y la contundencia no están reñidas con una postura de serenidad y calma en las formas. No es más enérgico el progenitor que realiza más aspavientos ni que se lamenta visiblemente o lo cuenta a los cuatro vientos, que el que mantiene la calma y exige esa responsabilidad a la que nos hemos referido.
El control parental también necesita una dosis de auto-control como padres, viene bien haber pensado en muchas posibilidades, sin angustiarnos en exceso, y tener mínimamente preparadas en la recámara, algunas respuestas y reacciones que nos permitan mostrar lo que realmente queremos. Y acordarnos de lo que pensábamos cuando teníamos su edad, pero no para ser absolutamente condescendientes, sino para experimentar lo que creamos justo a nivel educativo.
catalinafuster.com
Psicóloga