Estamos a mitad de curso, en medio del segundo trimestre y empezamos a tomar conciencia de los resultados que se están forjando para el mes de junio. Nuestros hijos están experimentando dónde tienen más dificultades o, por el contrario, empiezan a confiar en que este curso lo van a sacar adelante sin demasiados problemas. En ambos casos, el segundo trimestre es un momento delicado tanto para el que se cree confiado como para el que piensa que ya no puede obtener mejores resultados, con lo que acaban bajando un poco el rendimiento.
Dependiendo de las edades de nuestros hijos, los padres y madres jugamos un papel u otro en este proceso de estudios. Algunos buscan la manera de ayudar a que los resultados mejoren, otros buscan apoyos externos con el mismo fin, y la mayoría se mueve entre el margen de la preocupación razonable, las dudas lógicas, la confianza o el desánimo absoluto ante los resultados de ese futuro cercano. Más allá de las estrategias de aprendizaje, de las técnicas de estudio que cada uno conoce o aplica, de esos recursos que favorecen las condiciones para conseguir unos resultados satisfactorios en la educación de nuestros hijos, más allá de todo eso, hay algo que, en general, no se hace y que puede resultar muy importante.
Me refiero al hecho de dar a nuestros hijos el mensaje y la visión de que los estudios y la formación, en general, son para ellos, son su responsabilidad, su oportunidad y su gran recompensa. Serán ellos quienes se sientan satisfechos con sus resultados, serán ellos quienes tengan que asumir las consecuencias de sus fracasos y sus errores, y serán ellos los que van a ir forjando sus posibilidades de elección en un futuro. Parece de Perogrullo, pero no lo es. Si recordamos los comienzos de la escolarización de nuestros chicos, es fácil generar el hábito de que los niños pequeños ofrezcan sus trabajos y primeras tareas a los padres, que se sienten tremendamente orgullosos y satisfechos de lo que hace su pequeño. Poco a poco y a medida que van pasando los cursos, seguimos siendo los destinatarios de los resultados escolares de nuestros hijos, y así lo reflejamos en el lenguaje: “mi hijo me lo ha aprobado todo”, “mi hija me saca unas notas muy buenas”. El mensaje puede dar a entender que lo que hacen nuestros hijos con los estudios, lo hacen por y para nosotros, los padres, cuando no debería ser así en ningún caso. A veces, cuando queremos cambiar ese principio y hacerles conscientes de que la responsabilidad es suya, es un poco tarde y mucho más complicado.
Ayudarles a estudiar puede resultar tan sencillo y tan complejo, como darles a ellos el mando, favorecer que entiendan que los resultados dependerán de sus comportamientos, de sus actuaciones y de sus propias decisiones. Que se trata de su futuro, de su responsabilidad y de poder disponer de la capacidad de elegir; elegir en base a lo que les guste, a lo que les interese o a lo que les ayude a vivir bien entendido en el más amplio sentido de esa expresión. Y eso hay que hacerlo desde pequeños, enseñándoles a que se sientan satisfechos de sus logros y a que aprendan a rectificar cuando proceda. De esta manera les estaremos ayudando a estudiar y a muchas más cosas.
catalinafuster.com
Psicóloga