Estamos asistiendo a muchos cambios, a situaciones en las que nos sentimos desorientados y en las que no reconocemos algunos de los valores que considerábamos importantes en nuestra sociedad. Hace tiempo que se habla de crisis de valores, de que los jóvenes (o los otros) están perdiendo las bases éticas y morales que teníamos como propias y que no se comportan según esos principios adecuados y correctos que se les han inculcado.
Pero ¿realmente sabemos lo que son los valores y cómo los utilizamos? Los valores son virtudes, cualidades o propiedades de las personas que determinan comportamientos y actitudes. Son absolutos y no cambian a lo largo de la vida, lo que sí cambia es la percepción que tenemos de ellos y también la congruencia que mantenemos con ellos en nuestra vida diaria. De alguna manera, cuando hablamos de crisis de valores, hablamos de cambios de actitudes y, tal vez también (y esto me parece importante) de coherencia entre nuestra conducta y nuestros valores.
Si nos paramos a pensar de qué manera vivimos nuestros valores, tal vez descubramos que nos estamos sintiendo incómodos porque hay alguna cuestión en la que no estamos siendo congruentes. Puede ser por muchas causas, por el tipo de actividad profesional, por el entorno en que nos desenvolvemos o incluso por razones más internas y escondidas, que puede resultar incómodo indagar.
¿Qué valoración hacemos nosotros mismos de nuestros valores? Si nos paramos a pensar en qué valores o qué cualidades consideramos absolutamente imprescindibles, en cuántos valores tenemos y en cuántos utilizamos en nuestro día a día, podemos descubrir situaciones, cuanto menos, curiosas. No todos manejamos igual número de valores, podemos creer que los compartimos con la sociedad en que vivimos, pero en realidad no es así. Algunos son prioritarios, tal vez tres o cuatro, y el resto, los vamos utilizando en función de la situación en la que estamos y según los objetivos que queremos conseguir.
Mucho se habla de respeto, de solidaridad, de responsabilidad, pero seguimos protagonizando conflictos, compitiendo en cosas absurdas y esperando a que los demás solucionen nuestros asuntos. Repetimos argumentos de principios e ideas que, si los reflexionamos, tal vez han quedado desajustados dentro de nuestro modelo de vida. En realidad se trata de revisar si nuestra conducta, nuestro comportamiento en todos los papeles que jugamos, sigue ese patrón de filosofía que creemos es el propio o si, por el contrario, hacemos una cosa y decimos que pensamos otra.
Si tenemos en cuenta que se transmite mucho más con los actos que con las palabras, ¿qué estamos transmitiendo a las personas que están a nuestro alrededor? ¿Somos coherentes en nuestra vida? La coherencia es fundamental para el bienestar, y será imprescindible para lograr el respeto y la aceptación de los demás; y estos son valores de los que solemos pensar que están en crisis.
catalinafuster.com
Psicóloga