La complicada labor de educar a los hijos se hace más compleja cuando llegamos a la etapa de la adolescencia. Por si fuera poco, este período se viene adelantando cada vez más de manera que algunas demandas que años atrás se solían hacer alrededor de los dieciséis años, ahora están planteándose cerca de los doce. Esto supone un reto para los padres, especialmente para aquellos aquejados del mal de no saber decir “no”. Es cierto que en esta época, en la que nuestros hijos e hijas empiezan a experimentar la autonomía, recordamos nuestras propias vivencias y también comparamos. A alguno le vienen a la mente restricciones excesivas que no quiere aplicar a sus hijos, otros recuerdan con dolor la falta de confianza ante actitudes responsables que tampoco quieren repetir ahora y un sinfín de situaciones que se mezclan en cada decisión y en cada momento de respuesta.
Conviene recordar que nuestros hijos no son nosotros, que en general, la educación recibida y el estilo de vida es diferente por el simple hecho de que las cosas han cambiado. Hay que entender que nuestras vivencias y experiencias no son las suyas y que cada hijo e hija tiene dos historias de referencia (la del padre y la de la madre) que pueden ser opuestas o diferentes. Hay que situarse en el tiempo actual, en el momento en el que vivimos y considerar las características de cada uno de nuestros adolescentes. Aunque muchos padres digan lo contrario, no se educa igual a todos los hijos; primero porque son diferentes, segundo porque nosotros mismos aprendemos con la práctica y la experiencia a ejercer de padres y tercero, porque lo que nos sirve con uno de nuestros hijos, quizás no es útil para el otro o la otra.
Hasta ahora no hemos entrado en ejemplos concretos, en esta reflexión general también conviene recordar que cuando vamos ampliando la autonomía de los adolescentes, no solo hay que hacerlo hacia las cuestiones de ocio y diversión; también hay que dejarles autonomía y darles responsabilidad en tareas domésticas, en cuestiones educativas, en opiniones propias que puedan expresar, etc. No sé si estarán de acuerdo conmigo en que la autonomía del adolescente parece que tiene como gran objetivo ampliar los horarios de salidas de ocio o dedicar más tiempo a hacer lo que quieran y con quien quieran. No estaría mal vigilar la coherencia y ayudar a nuestros adolescentes a que entiendan que en el paquete de la autonomía van varias cosas juntas, no sea cosa que uno se crea ya mayor para andar bebiendo cubatas, pero resulte que en casa sea incapaz de hacerse la cama o de colaborar tendiendo la ropa.
Realmente es complicada y difícil la tarea de educar y explicar con argumentos consistentes. A veces los padres acaban diciendo que sí, para no tener que elaborar las razones del no o reconocer alguna que otra falta de coherencia propia. Además, la autonomía aplicada a nuestros hijos significa respetar otras formas de hacer las cosas, otros tiempos, otro ritmo; supone permitir que el chico o la chica tenga la habitación hecha un desastre hasta que se acerque el plazo de tiempo que le hemos marcado para que la arregle. Supone un ejercicio de paciencia para los adultos que no siempre estamos dispuestos a hacer. Otro día entraremos en más detalles y ejemplos de esos que nos están viniendo ahora a la mente.
catalinafuster.com Psicóloga