Estamos ya en la cuenta atrás para la Navidad de 2012. Empiezan a encenderse las luces, a aumentar los anuncios publicitarios de artículos claramente navideños, el turrón ya ha hecho acto de presencia en los supermercados, incluso el frío y la nieve nos acercan al invierno y con todo ello a esos días de fiesta que para algunos son una auténtica pesadilla.
Y empezamos a escuchar los comentarios de muchas personas que ya no tienen ninguna justificación para vivir la Navidad y se sienten verdaderamente agobiados con esta celebración. Las causas pueden ser muy diversas: la falta de seres queridos, el recuerdo de tiempos de restricciones, que ahora parecen volver a repetirse, en algunos casos, el juntarse con familia y personas con las que, en realidad, no apetece estar y otros muchos condicionantes que nosotros mismos nos imponemos. Pues hoy os propongo que reflexionemos juntos sobre ello.
En primer lugar, ¿cómo es posible que dos días festivos (son solo dos) nos disgusten si nos gustan el resto de festivos del año? Normalmente nos alegramos cuando llega una fiesta, ya que suele suponer un cambio de rutina o un descanso o un tiempo para hacer otras cosas. Por otra parte, ¿hasta qué punto nos sentimos esclavos de tradiciones o costumbres en las que no creemos o de las que cada año nos proponemos cambiar algo y no lo hacemos? ¿Por qué seguimos sometiéndonos a situaciones que nos hacen estar mal? En nuestra mano está cambiar eso, generar sentimientos de satisfacción o ser fieles a nuestra forma de ver la Navidad.
Es cierto que tenemos condicionantes, que hay cosas que nos pueden exigir una actitud un tanto impuesta, pero tienen que ser cosas que uno mismo considere que valen mucho la pena y que voluntariamente aceptemos someternos a ellas. Tal vez la alegría de unos hijos pequeños o de algún sobrino por el que uno haría cualquier cosa, o … ¿cuál es tu justificación? Pero no todo vale. ¿Cómo quiero ya que sea mi Navidad y la de los míos? Pero de los míos cercanos y de los míos de verdad.
En estos momentos de cambios, restricciones y limitaciones, saquemos algo positivo y reinventemos nuestra Navidad, la que de verdad queremos, la que nos lleve a sonreír aunque sea ligeramente, a sentirnos buenas personas, fieles a nuestros sentimientos y coherentes con nosotros mismos. Tal vez lo que ocurre es que estamos tan convencidos de que en Navidad no podemos hacer otra cosa que ni siquiera nos lo planteamos, quizás nuestra predisposición está tan arraigada que ya damos por hecho lo que va a ocurrir y cómo nos vamos a sentir.
Son dos días de fiesta metidos en una quincena de vacaciones escolares, de consumo, a veces descontrolado, y de otras muchas cosas que dependen de lo que cada uno de nosotros decida. Hagámonos conscientes de nuestra Navidad y diseñemos algo que nos guste, todavía estamos a tiempo.
Catalina Fuster.com
Psicóloga