Acabamos de estrenar el año e inevitablemente enfrentamos enero con algunas ideas que nos rondan en la cabeza. Los que hayáis hecho algunos excesos estos días, tal vez estáis pensando que, en cuanto volváis a la rutina, os pondréis a dieta o, por lo menos, a intentar comer mejor. Otros, tendréis el propósito de hacer deporte de una vez por todas, algunos de ponerse con la lectura de alguno de esos libros que nos quedan pendientes, quizás de ir a visitar o llamar a esa persona con la que no habláis desde hace tiempo y que no habéis querido hacerlo coincidir con la Navidad. Quién sabe cuántos propósitos rondan en la cabeza de cada uno de vosotros.
Lo bueno de los propósitos es que nos hacen revisar y reflexionar en esas cosas que queremos modificar, mejorar o llevar adelante y que se han ido quedando atrás sin encontrar el momento de comenzar o ponerse a ello. Lo malo de los propósitos es que, en muchas ocasiones son solo eso, propósitos que no terminan de convertirse en nada y que se van a guardar en el trastero de nuestra mente como los adornos navideños en el trastero de nuestra casa. Casi cada año, se repiten algunas de las costumbres navideñas, la lotería, los turrones, los propósitos, …
Vamos a intentar diferenciar los nuevos propósitos de los buenos propósitos. Los buenos son esos que creemos que nos van a venir bien, que tal vez los demás nos dicen que tenemos que intentar, que nosotros mismos nos hemos repetido tantas veces, pero que no hemos llevado a cabo casi ninguna o muy pocas veces. Los nuevos propósitos podrían ser eso, ideas nuevas que traigamos a nuestra mente, que visualicemos no solo como cosas convenientes sino como cosas reales, que queremos hacer, por nosotros mismos, no empujados por los demás. Tal vez objetivos, mejor que propósitos, a fin de que tengan una consistencia de acción, de movimiento, no solo de intenciones.
Esos nuevos retos, esos cambios que nos viene bien plantearnos de vez en cuando, hay que percibirlos como una acción real, como un compromiso con uno mismo que decidimos ejecutar. Vamos a visualizarnos haciendo eso que queremos hacer, viendo qué necesitamos, cómo lo vamos a realizar y cuanto tiempo hay que dedicarle. Quizás sea algo nuevo, distinto, pero real y propio.
Seguramente ya se nos ha ocurrido pensar que no es necesario que empiece un año nuevo para revisar nuestras metas o nuestros objetivos, seguramente se nos ocurren otros momentos, incluso menos ajetreados, en los que podemos plantearnos cosas, pero en realidad eso es lo de menos. Tal vez lo importante es ser capaces de afrontar un período nuevo con expectativas positivas, reales, y con alguna ilusión propia, personal y si a ese período le llamamos año, pues bien; aunque también le podemos llamar estación, trimestre, mes o semana, o cualquier otro nombre que se nos pueda ocurrir. Puede resultar interesante inventar nuevas formas de hacer las cosas, siempre que nos lleven a donde queremos ir.
Catalina Fuster.com
Psicóloga